Para seguir bailando II
Me gustaría enterrarte bien lejos.
Quitarme esta maraña de pensamientos, vicisitudes, que no me permiten levantarme por la mañana; los mismos que antes no me dejaban dormir por las noches.
He entendido que la bruja que me persigue en sueños es la misma que duerme ahora en tu cama.
Que esa última nota hostil me quita el aliento a través de cada pitada que ingiero pensando que te he olvidado, sabiendo que no es cierto; que me desgarra, de una manera calma; que me desvive, al pasar las horas, al pasar el tiempo: al encontrarme que no es tu carne, sino tu voz la que me da nostalgia.
Que no te encuentro y que ya no busco un encuentro.
Que ya no sé; que he perdido, toda esperanza.
Tal vez es cierto que el tiempo se vuelve lento, que las sonrisas se vuelven vanas, que el tronco pierde significado, que el todo, se vuelve nada.
Y sin embargo, me como pies y manos, me vuelvo cucaracha, me hago pipí en la cofradía de mis sábanas y me invento amores de hojalata; tan sólo para demostrarme que aún con el veneno viajando por mis venas, todavía me queda espacio para respirar vacío y quedarme con la sensación de estar llena; porque sólo así puedo pararme entera, los pies en tierra, mirar aquél o aquello que se me adviene y desplantarle un camisón de púas, con la ilusión de que las punzadas de este devenir ultrajante se despierten nuevamente al acontecer la próxima caída; la cual, no tendrá que ver con tu partida, sino con la llegada de un viejo-nuevo porvenir.
Quédate tú con tu mentira, con esa bruja que nunca será bruja, con esa desventura podrida que ensayas cada día, y aléjate de mi pensamiento por favor por siempre, que yo, quiero seguir bailando.
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