Charlas sin café
Te desconozco. Ya no sé quién eres. Tantas caras ya no te he visto que cuando te veo no te encuentro. ¿Qué fue lo que pasó?, te preguntó. Y tú, ya no me contestas nada. Intento animarte a que las superficies cambien mas no sé ni que pedirte pues las profundidades fueron vanas.
Quisiera
Y no quisiera nada.
Si el sentimiento de lo sentido no se ubicara dentro del hipotálamo del descontento (dado que nunca es satisfecho) tal vez, pudiera imaginar que en el presente, el pasado, fue deshecho. Mas como el amor prevalece en el enamorado, no hay orgullo que imprima desprecio ante la puñalada ya infringida tanto del desprecio, como del desencanto y la traición.
Heme aquí implorándole a un traicionero que me devuelva la involuntad de su pecho aunque provenga, esta vez, de la voluntad de la razón. Pues sé que en el fondo del delirio me amaste día por medio y no logro comprender tanta incomprensión, y mucho menos la burla a media luz del sin saber burlado.
Logro oír algunas noches copas rotas de licor brindado. Ojalá la copa no estuviera rota. Ojalá que la esposa fuera otra.
Ahora bien, entre tanto tumulto de calma en yaga ya olvidada, sólo he querido decir que te recuerdo. Y entonces, como sé no habrá respuesta, no invito, no propongo, no me deshago en llamadas. Bienvenidas sean pues, las charlas sin café.
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